‘Ahora, resuelves esta ecuación y cuando tengas el resultado me avisas’ – le animo a que calcule el último paso para acabar el ejercicio.
Pasa un minuto.
‘¡Ya! Me da 12’7’ – me dice veloz y orgullosa porque con este resultado ve el final del apartado, el final del ejercicio y el final de la sesión, cada vez más cerca.
‘¡¿Cómo?! ¡No puede ser! Hay un error, haz de nuevo la operación. Está mal’.
‘¡Está bien! Lo he hecho con la calculadora’ – responde ofendida.
‘Si yo no dudo de que la calculadora lo haya hecho bien, dudo de tus dedos interactuando con la calculadora. Tratáis la calculadora como si fuera un móvil y eso es un error, porque cuando escribes en el móvil puedes ir leyendo el texto y corrigiendo los errores semánticos, pero en la calculadora los números que introduces no los puedes corregir a no ser que vayas comprobando que los introduces bien’.
‘Además, y esto es lo más importante, hay algo que la calculadora nunca hará mejor que tú, y es razonar si ese resultado tiene sentido o no para tu ejercicio. Estás calculando el número de personas que asisten a una reunión, y 12’7 personas no es posible ya que las personas se contabilizan con los números naturales, siempre “enteritos” y positivos’.
‘Así que no sobrevalores lo que la calculadora te dice, el razonamiento lógico que te aporta tu capacidad humana está por encima de la maquinita’.
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